Nos sumergimos en un tema que es eje de trabajo en Valparaíso Creativo, el patrimonio. Este tiene distintas expresiones y conceptos, ampliando lo que usualmente entendemos bajo este concepto. Sabemos que tenemos que protegerlo, preservarlo. Sin embargo, ¿sabemos a qué nos referimos cuando lo tocamos? ¿Qué brechas enfrenta?
Cristina Briño es arquitecta y se ha dedicado al estudio de patrimonio como los tapiales del Valle de Aconcagua a través de la investigación. Lleva años trabajando en el Consejo Nacional de Monumentos, desde donde también trabaja estas temáticas. Conversamos con ella para profundizar:
- Cristina, desde tu labor y experiencia, ¿qué valor observas que le otorga nuestra sociedad al patrimonio?
– Cristina Briño: Creo que en Chile no hay un gran reconocimiento del patrimonio, ya que no existe una conciencia a nivel de sociedad de la necesidad de valorarlo. Esto tiene que ver principalmente con un tema educacional, porque no hay una conciencia finalmente de para qué sirve. De todos modos, el tema va mejorando, por ejemplo se ve una alta participación en el Día del Patrimonio, que si bien creo que es una actividad recreativa para ir entendiendo de a poco cuál es el rol del patrimonio y empezar a apreciarlo. Hoy en día todavía estamos muy en pañales con respecto a eso. Podría ser transversal en muchas materias en el colegio, pero efectivamente no ocurre. No tengo claro qué se aplica en la práctica, pero sí creo que los niños y jóvenes hoy en día vienen con mucha más conciencia.
- Me gustaría conocer tu punto de vista sobre qué acciones se deben tomar en cuanto a cuidados y preservación de monumentos. En ese sentido, ¿qué crees que se puede hacer desde tanto lo público como privado?
– CB: Las principales gestiones deben venir siempre desde políticas del Estado, entendiendo conceptualmente al patrimonio como un bien común que pertenece a toda la sociedad, más allá de su propiedad legal, que puede ser privada o pública.
Hoy en día, una de las principales problemáticas es la oposición de muchos propietarios cuando sus inmuebles van a ser declarados Monumento Nacional. Existe una gran reticencia ante la protección, ya que es percibida como un problema, donde los edificios se convierten en un objeto intocable, al que no se le puede hacer nada, perdiendo su valor económico e incluso que puede ser expropiado, etc. En ese sentido, es importante aclarar que para cualquier edificación, patrimonial o no, siempre existen restricciones normativas, en cuanto a alturas, distanciamientos, superficies, usos, entre otras. La protección patrimonial significa la necesidad de obtener una autorización adicional para intervenir el edificio, la que busca proteger aquellos aspectos que le dan ese valor patrimonial. Por lo tanto, se pueden hacer intervenciones, siempre que estas sean las adecuadas.
Además de lo anterior, hay que entender que la mera protección no es suficiente para la preservación del patrimonio. Es necesario que la normativa patrimonial contemple incentivos para que finalmente la protección no sea vista como una imposición perjudicial, sino como una acción positiva que permite obtener recursos para la correcta gestión del bien. El hecho concreto de que intervenir edificios patrimoniales suele ser bastante costoso en términos económicos, a veces incluso más que demoler y construir una edificación nueva, ya que requiere de profesionales especializados en la realización de estudios previos, diagnósticos de estados de conservación y desarrollo de proyectos adecuados, además de mano de obra también especializada. En definitiva, la protección patrimonial debería significar que automáticamente el inmueble esté asociado a beneficios desde la política pública y la gestión del estado, que te permitan su adecuada conservación.
Otro aspecto importante es la necesidad generar planes preventivos, incentivando acciones más proactivas que reactivas. Cuando se interviene sobre el patrimonio, siempre es mejor hacerlo desde la conservación que desde la restauración. Sobre todo, si consideramos que vivimos en un país sísmico, en el que todas nuestras edificaciones se ven constantemente amenazadas y dónde el patrimonio es particularmente vulnerable.
- ¿Cuál es tu visión de las estaciones de tren en el sentido del patrimonio? ¿Cómo podrías transmitir la importancia que reside en ellos?
– CB: Creo que el ferroviario es de los patrimonios más importantes que hay en nuestro país. Chile es un país que, a lo largo de su historia, se ha desarrollado a partir de la industria. Grandes riquezas han surgido de ahí, por lo tanto, hay mucha historia. Vemos casos como Humberstone y Santa Laura, Sewell, Lota o el mismo puerto de Valparaíso. Ese carácter industrial en un territorio con las características geográficas que tiene Chile, hace que finalmente la red ferroviaria se haya constituido como el elemento que une todo, y eso es muy bonito. Hay pocos países en los que el tren es tan coherente con su territorio.
Lamentablemente es un sistema se ha ido perdiendo con el pasar del tiempo, por motivos principalmente tecnológicos, económicos y políticos. Si bien el patrimonio ferroviario está bastante representado en la nómina de Monumentos Nacionales, es decir, hay mucho reconocido y protegido, es muy complejo de abordar en cuanto a su recuperación y puesta en valor, al estar asociado a un sistema con un alto grado de obsolescencia, pero aún vigente. Me parece súper interesante lo que está haciendo EFE actualmente, con todo el tema de la recuperación del tren Santiago-Valparaíso, donde se está licitando tanto la recuperación de estaciones antiguas como la construcción de otras nuevas. Creo que es la mejor manera de transmitir su importancia. En la medida en que recuperamos espacios como los ferroviarios y los volvemos a habitar con su uso original, podemos entender mejor su funcionamiento, su historia y significado.
- ¿Qué piensas que falta en nuestra sociedad o cultura para conectar mejor con los diversos tipos de patrimonio?
– CB: Tal como señalé anteriormente, el punto central está en la educación y la difusión del patrimonio. Es lo más importante y en lo que hay que trabajar. En la medida en que tú conoces algo, su historia y su importancia, lo puedes valorar. En ese sentido, para lograr una verdadera conexión con nuestro patrimonio, creo que es súper importante que logremos entender como sociedad, que la gran riqueza patrimonial de este país es su diversidad, que está directamente relacionada con su diversidad territorial y geográfica. Podemos encontrar desiertos, montañas, mar, nieve, lagos, ríos, Antártica, paisajes verdes, paisajes desérticos, lo que te imagines. Esa diversidad, a su vez, ha permitido que tengamos una amplia variedad de respuestas arquitectónicas en los territorios, desarrolladas de acuerdo a los materiales y las tecnologías locales. En la medida en que entendamos que no somos una sola cosa, sino que somos una suma de muchas cosas, vamos a poder ser conscientes de nuestra identidad como país y, por consecuencias, conocer mejor nuestro patrimonio.
Por otra parte, me parece que aún tenemos un concepto muy hegemónico de lo patrimonial. Como sociedad, otorgamos valor principalmente a lo monumental, el palacio, la iglesia, los grandes edificios públicos antiguos. A nivel internacional, hace décadas que se está hablando de que el patrimonio no es solo lo monumental, sino también puede serlo lo común y corriente, la obra de la colectividad, sin un autor personificado.
Este año se están cumpliendo 60 años de la Carta de Venecia, un documento internacional que habla precisamente sobre eso, ampliar la visión de lo que consideramos patrimonial hacia los barrios, la arquitectura vernácula, las áreas industriales, que conforman paisaje. Ese cambio de paradigma creo que no está tan internalizado en nuestra sociedad. En el contexto latinoamericano, salvo excepciones, el patrimonio es mucho más reciente, se trata de un patrimonio de otra naturaleza, que ha sido construido a partir de otra cultura, que muchas veces incluso tiene un mayor vínculo con prácticas inmateriales aún vigentes, por lo tanto, tiene otro valor.
- Cambiando de tema, hablemos de la importancia de las tapias del Valle del Aconcagua, ¿cómo llegó esto a tu interés y de qué manera describirías su valor en el territorio? Como elemento identitario.
– CB: Desde antes de titulada empecé a vincularme con la arquitectura con tierra, principalmente patrimonial. En 2019 inicié el Magister en Intervención del Patrimonio Arquitectónico de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile. Al momento de definir mi tema de tesis, un profesor muy cercano, Gunther Surcke, con quien descubrí el patrimonio y que conocía mis intereses, me habló de un lugar que estaba muy poco estudiado. Era la zona entre San Felipe y Los Andes, donde había muchos muros construidos con la técnica del tapial. En ese momento me contacté con Natalia Jorquera, arquitecta experta en construcción con tierra a nivel nacional, quien terminaría siendo mi profesora guía. Ella me mencionó también las tapias del valle de Aconcagua. Me puse a investigar un poco y lo encontré alucinante. Era una especie de tesoro escondido, con muchísimo potencial.
En relación a las tapias de Aconcagua, su principal valor es que está asociado al paisaje. El concepto de paisaje cultural es bien complejo, porque hace relación con una mirada integral del patrimonio. Se trata de un espacio natural, que es intervenido por el hombre, quien lo adapta a sus necesidades de acuerdo a las propias condiciones locales. Tiene que ver con lo vernáculo que mencionaba anteriormente, es decir, cómo el ser humano se asienta un territorio y lo modifica, un desarrollo paulatino, con los materiales que encuentra en el mismo lugar. En definitiva, es un concepto que reúne distintas capas.
Lo que yo planteo en la tesis es que el valle de Aconcagua es un paisaje cultural, de carácter rural vitivinícola, como pueden haber muchos en Chile, pero que se diferencia del resto por la alta presencia de tapias. Hablamos de elementos arquitectónicos con un origen histórico muy claro, que cumplen una función específica: cercar terrenos, construidos con tierra mediante una técnica hoy poco conocida en nuestro país, que está asociado a un oficio que aún se mantiene vigente, y que van unificando todo el territorio y manifestándose en el paisaje, haciendo que este lugar sea único. Finalmente, las tapias son el elemento identitario del valle de Aconcagua.
Aquí hay un aspecto importante. En algún momento, mientras desarrollaba la tesis, me preguntaba cómo se protege este tipo de patrimonio. Ahí me di cuenta de que una tapia en sí misma, como elemento aislado, quizás no tenga gran valor. Lo que tiene valor es cómo ese elemento es parte de un conjunto de muchas tapias, y que quien la construyó, lo hizo mediante una técnica tradicional y ancestral, que tiene milenios de historia, que ha sido utilizada en distintas partes del mundo, y que aquí en Aconcagua, a través de años de transmisión de conocimientos, se ha adaptado a las condiciones locales permitiendo su conservación en el tiempo, a pesar de la condición sísmica del territorio, por ejemplo.
Entonces, en este caso, de nada serviría proteger esta tapia para que nadie la demuela. Si no tengo al maestro tapiador que siga construyendo tapias, que siga construyendo el paisaje este, tarde o temprano, se terminará diluyendo en el tiempo, adquiriendo un carácter casi arqueológico y perdiéndose ese componente patrimonial tan importante, el oficio que todavía está vivo. Entonces yo creo que ahí está el principal valor finalmente de las tapias, en esta idea integral del paisaje, que tiene que ver tanto con lo material como con lo inmaterial, el saber.