César González acaba de inaugurar su exposición “Todo permitido” en Galería CABA, donde expone su trabajo, que hace de la experimentación y el uso de materiales cotidianos su sello distintivo. Destacado participante de la Bienal Internacional de Artes de Valparaíso este 2024 y artista de Judas Galería nos cuenta cómo su amor por la creación y su deseo de retratar el presente de la ciudad puerto se plasman en sus obras. Conozcamos más de él, quien explora la dicotomía entre progreso y abandono, invitando a reflexionar sobre el estado de la ciudad que reside.
¿Siempre has habitado Valparaíso? Cuéntanos un poco de tu historia.
– César González: Me criaron acá en Viña. Llegué por el 87, como a los 9 años. En un momento me devolví y viví a Santiago hasta que vine a radicarme en Valparaíso.
De niño me acerqué a un vecino, un caballero que trabajaba en estructuras metálicas, Don Samuel Alarcón. Un día me vio que estaba arrastrando un camión de madera, hablamos y me gustó su taller, así que patudamente, dije, ¿puedo hacer acá mis cosas? para jugar y hacer mis experimentos. Y me dijo que sí. Esto era en 7 Norte con 5 Oriente.
En ese tiempo mi mamá pasó de cuidarme a mí, a hacer comida, vender ropa, y estudiar corte y confección, donde aprendió a hacerme ropa. A veces también vendía esas cosas. Mi abuelo hacía los zapatos, entonces, siempre me rodeé de herramientas, tijeras y cosas así. Yo me hacía mis juguetes, porque no había plata.
Ahí hay una inquietud por el quehacer manual, me imagino. ¿Y cuando creciste?
– CG: Ahí yo igual llegaba a la casa a hacer autitos, a los 15 años ya con polola, me gustaba dibujar y llegaba con esas ganas a hacer mis inventos, tenía esa energía. Entré a estudiar en el industrial y me volví loco y me puse punk. Estuve en las tinieblas harto rato, en ese entonces lo único manual que hacía era arreglarme la ropa. Yo mismo me cortaba la chaqueta y la cosía. Lo que sí, nunca fui bueno en la escuela, no entendía nada. Pero era hábil para otras cosas. De hecho, hice una práctica y me dejaron contratado en una empresa de construcción eléctrica, donde pasé de practicante a maestro. Ahí empecé a crecer en eso y ganaba mis lucas. Pero llegaba el fin de semana y no hacía nada, me picaban las manos por dibujar, pero no me salía bien.
De repente conocí a un pintor viendo un partido de Colo-Colo con la Universidad de Chile en un bar en Santiago. Este gallo se llamaba Ariel Flores, con quien conversando enganchamos. Después pasaron meses hasta que volví a hablar con él y supe que era artista, y ahí empezamos una dinámica en la que hacíamos trueques y pude aprender de él y abrir mi mente a ese mundo.
Un día un amigo me dijo que vendiera mis cosas y estudiara pintura, y lo hice. Tenía una banda y me odiaron por vender todos mis instrumentos. Me aburrí de todo. Mi amigo llegó con un atril, y me dijo “pinta, hueón, pinta”. Y empecé y me iba resultando. Me acordé de cuando era chico y jugaba. Ahí pensé que esto lo podría hacer hasta el fin de mil días si fuese profesional. Después, en ese momento me dijeron que me fuera a Valparaíso y después del terremoto me vine para acá a encontrar ese rumbo.
Estaba en esa búsqueda de qué hacer y entré a una galería en calle Serrano donde había una exposición de pintura. Hablé con la gente y me nombraron a Luisa Ayala de la Escuela de Bellas Artes de Valparaíso. Fui a la Escuela en ese mismo momento y si bien no habían clases, me mostraron el lugar. Me pasó algo y quise estudiar ahí, así que vi los requisitos y me salió un trabajo de eléctrico que me permitía pagar todo. Lo tomé y lo hice, juntando plata, hasta el día que me avisaron que quedé seleccionado y dejé todo para ir a estudiar.
¿Qué fue lo que detonó esto en ti? ¿Cómo lo explicas?
– CG: Me volvió eso que tenía de niño, las ganas de jugar, pero hacerlo de tal manera que me permitiera estar todo el día en ello, para eso entendí que tenía que ser profesional. Lo rico de este oficio es que no hay nada hecho, o sea, hay ciertas estructuras, pero después eso tú lo desarmas y creas tu propia estética. Eso lo encuentro súper interesante.
Si traemos esto al presente, ¿cómo definirías a lo que te dedicas?
– CG: Me considero artista plástico y lo que normalmente hago son dispositivos de representación. Puede ser desde la pintura, el dibujo, o llegar incluso a ser un artefacto y crear algo desde la ficción del material. Ahora estoy ocupando harto cartón, tierra, escombros, esos son mis pigmentos y soportes.
Hago una traducción de mi experiencia en este momento, “el estatus quo de Valparaíso”. Hablo de lo que veo acá, desde los residuos de la memoria, al progreso; que se encuentran en una disputa constante. Y es súper entretenido. todo nace desde una pulsión estética, después eso se vuelve político, con los datos que configuran la imagen… generalmente como un juego. Ahí hay algo bonito – interesante, hacer esa conversión del abandono y la ruina y lograr crear algo. Me gusta eso.
¿De qué manera te diste cuenta de la estética que querías crear? ¿Fuiste tanteando?
– CG: He aprendido que se empieza o desde la idea o desde el hacer y yo soy más del hacer. Todavía creo que conservo eso de niño, esa energía de querer hacer cualquier hueá. Tú puedes tener una representación de algo, sin querer hacer, pero es la misma materia o el soporte que ya están editorializados por el territorio los que te nutren, te dan datos. Ahí me doy cuenta que trabajo sobre la memoria de Valparaíso. todo tiene que ver con la capacidad de crear dispositivos de representación con los medios que uno tiene y lograr interpretar, resolverlo. Y es una de las cosas que el arte logra: comunicar. Me la paso el día pensando en eso, recolectando íconos, o mugre, olores y ahí va saliendo, son elementos que están ahí, y terminas haciendo obras, lo que es muy bonito.
¿Cómo ves que tu perspectiva y obra aportan a la cultura desde acá, donde creas, en Valparaíso?
– CG: Yo creo que aporta a la reflexión de nuestro estar en sociedad, porque de alguna manera recibimos estímulos y argumentos que buscan un método o forma de transformarse en imagen, lo que está muy relacionado con los niveles técnicos del artista. Si lo llevo a una balanza, y tenemos las dos cosas, la idea y el nivel técnico, más la energía, se genera algo.
Finalmente, somos entidades sociales parte de un engranaje y el aporte que se hace es la reflexión por medio de una estética. Cuando tú tienes un alto nivel técnico, puedes deformar y hacer lo que se te antoja. Hay un conocimiento estético detrás y una comprensión de lo que hago y de buscar el mecanismo para poder armar eso.
¿Cómo es, para ti, trabajar desde este territorio que te crió pero también elegiste? Tú viniste entendiendo que es una ciudad de artistas, ¿cómo vives eso?
– CG: Encuentro que es la raja, no digo que sea súper bueno para alguien que trabaja creando cosas, hay que entender el contexto y sus carencias. Yo digo: qué bueno que nací en esta era y poder crear cosas, por otro lado, también es excitante porque estamos haciendo algo y construyendo la propia historia, donde tú puedes elegir, no que otros elijan por ti lo que haces.
Cuando recién empecé con esto, al poco andar, dije, “voy a pintar desde Valparaíso”, lo que me resulta más interesante y coherente con mi historia y con la historia que me gustaría de alguna manera armar.
Me gusta también que convivan todo tipo de pintores, por ejemplo, porque hacen algo que yo no y todos nos nutrimos, no es una competencia, sino una diversidad, sino sería fome. Todo es arriesgado, pero tiene su riqueza, su valor, que es la calidad de vida. Porque si en este momento me pasara algo, cualquier cosa, muero feliz, porque estoy haciendo esto.
Inauguraste hace poco en la Galería CABA de Valparaíso Profundo, cuéntanos de ese proceso y las obras que ahí estás mostrando.
– CG: Está disponible hasta el 24 de noviembre, fue curada por Antonio Guzmán. Es una galería muy linda donde se está haciendo esa resistencia que es muy buena y me pone súper contento, que es gestionada por Alejandra Jimenez y Ricardo Olave. Es la exposición más importante que he hecho en este año. Ahí estoy trabajando con la memoria y el progreso ocupando diferentes materiales, soportes y no solamente pintura, también hay gráfica y grabado. Eso más o menos relata el estatus quo local de la zona, no con un ánimo de crítica, pero sí de evidenciar cómo funciona el puerto. Vivimos con maquinaria, las grúas del progreso, pero en el territorio esto no se ve reflejado. Se ve el abandono. Por eso la exposición se llama Todo Permitido, que es como un mal chiste que yo hago siempre. Y está todo permitido, desde orinar hasta quemar una casa, un patrimonio antiguo con memoria.
Yo no lo hago con ese afán de decir que esto es una mierda. No puedo decir eso, porque me gusta Valparaíso. Tiene ese misterio que por algo mucha gente que viene de otros lados se queda acá, aquí están todos mezclados y le otorga algo. Ahí está el presente con una memoria. Eso es bonito.
Los problemas siempre son los mismos, lo único que cambia es la representación. La misma miseria está en Santiago, en otros lados, en los cerros, pero es lo que está pasando acá: la memoria y el progreso conviven brutalmente, pero también está la energía de querer pararse y, como decía, resistir. Hay que hacer algo con esto, traducir lo que está pasando.
Actualmente, ¿qué otros proyectos te quedan en el año o exhibiciones?
– CG: Ahora estoy trabajando en un proyecto que se llama Condicionamiento, que también es uno de mis ejes de trabajo, que estará en el Centro Patrimonial El Buen Pastor de San Felipe, una iglesia bien bonita, lo que me motiva mucho porque es otro lugar, donde la gente quiere ver otras formas de hacer arte.
El proyecto está situado en la historicidad de nuestra educación chilena. Desde antes de que uno nace ya está condicionado, por cosas sociales, religiosas, políticas, entonces, es algo que está sucediendo. Esto no es pura crítica, es traducción de nuestra historia, que es la pega que hacemos los artistas. Ahí llevaré parte de las obras, que consisten en marcos de cartón barroco que tiene mi primer diploma que me dieron en el jardín.
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