Nos encontramos en el punto álgido de la ciudad, más específicamente en Casaplan, su café. Adentro parece no importar el correr de las micros y el bullicio de la calle. Los meseros se mueven ágiles, pero de todos modos tienen un ritmo pausado. Es el puerto, dicen. Tiene su ritmo. Su compás, su son.

Ingreso al rectángulo iluminado, desde cuya esquina me saludan. No sabía qué caras buscar, eso pasa mucho con las entrevistas, una no siempre sabe cómo se ve la otra persona antes de ir a hacerle preguntas. Sensación extraña. Avanzo y animados me saludan Aníbal Jofré y Felipe Morgado, con quienes había intercambiado unos correos y WhatsApp minutos antes, mientras bajaba por el ascensor (que también toma su tiempo).

Las entrevistas son a veces muy directas y otras veces tienen la singularidad de ser oportunidades más distendidas, donde una puede hablar y conocer más al otro, darse el tiempo para conectar, aunque sea difícil. Comenzamos hablando entonces de dónde vengo y qué hacemos. Mientras lo hago, encontramos puntos en común, más bien gente que conocemos y eso hace que todo fluya distinto. “Qué chico el mundo”, pensamos.

Aníbal Jofré (34) es director y guionista de cine y docente en Santiago y Valparaíso. Descubrimos que tenemos amigos compartidos, con Felipe Morgado, productor (32) también, quien es de y reside en Quilpué. Con ambos nos sentamos a tomar un café a mediodía para hablar de este proyecto que los tuvo en Insomnia Teatro Condell estrenando el pasado martes 18 de junio con Pampas Marcianas, un docu-ficción que aprovecha el humor como excusa para mostrar una invisibilizada realidad.

Comenzamos hablando de quienes son.

Aníbal: Mi primera película se llama Volantín Cortado. Ambos pertenecemos a un colectivo llamado MAFI, Mapa Fílmico de un País. Yo entré ahí para hacerme cargo del área de territorio, que es de donde nace Pampas Macianas. MAFI comienza con el proyecto de sus mapas interactivos, y después esto comienza a ramificarse, dando lugar a otros proyectos tanto con esa propuesta formal como con otras. Dentro del colectivo, empezamos a desarrollar muchos proyectos ligados a la educación, mediación y creación colaborativa. Realizamos varias iniciativas en este ámbito, y junto con Felipe, comenzamos a participar en un programa de Red Cultura, realizando residencias de arte colaborativo. Dentro de este programa, llevamos a cabo tres residencias en lugares distintos, trabajando de manera independiente. Estas residencias se realizaron en Melipeuco, María Elena y Cerro Sombrero.

Felipe: Soy documentalista y trabajo en cine desde 2014. Comencé en MAFI en el área de comunicaciones y luego me fui adentrando en el mundo de la producción, comenzando como asistente de producción. Cuando Aníbal empezó a liderar el área territorial, me uní a las residencias. Durante esos años, nos dedicamos por completo al cine, desarrollando varios proyectos. Trabajé como asistente de producción en otras películas y también en un cortometraje. Como realizador, he filmado otros proyectos y recientemente dirigí el tercer largometraje de MAFI, Oasis.

He desempeñado diversos roles en la industria y también imparto talleres de cine en colegios, liceos y escuelas básicas, colaborando con entidades de la región como el Centro Cultural Quilpué Audiovisual. Soy de Quilpué y he trabajado con el FECICH, impartiendo talleres y participando como jurado. Poco a poco, me he ido involucrando en el cine local y ya llevo diez años dedicándome a esta pasión.

¿Cómo visualizan la realidad? ¿En qué lenguaje creen que piensan? ¿Cómo imaginan sus pensamientos y reacciones cotidianas, más allá de los proyectos laborales?

Aníbal: Es una pregunta profunda. Honestamente, siento que tengo varios lenguajes internos en los que pienso y diferentes estructuras de pensamiento para enfrentar distintas situaciones. En lo más personal, … son más como divagaciones poéticas, así encuentro el lenguaje para lo que me está pasando. También tengo un ojo observador y un oído agudo que me acompañan en el día a día. Observando, escuchando. Esa es mi deformación personal: veo planos y personajes.  A veces no es algo que estoy trabajando, pero veo una escena y quiero registrarla, aunque no sepa si la usaré después. Creo que el trabajo de ser artista es una recolección constante. 

Felipe: En mi caso, mis pensamientos cotidianos no tienen ni pies ni cabeza. No hay ninguna estructura ni narrativa definida en el día a día. Sin embargo, me he obligado a tener una rutina y a trabajar en cosas que me permitan liberar la mayor cantidad de tiempo. Trabajar lo menos posible, sentirlo así, para poder estar en un ritmo diferente al que se nos impone, esa presión constante por producir. 

Intento descontaminar el cerebro de imágenes producidas y estar alejado de las pantallas para vivir más en el tiempo real. Tomar distancia, como decía Aníbal, para mirar, escuchar y vivir… no las películas que pasan a tu alrededor, sino las ficciones que uno crea desde esa observación. Siento que nos contamos ficciones. Cuando tomamos la cámara, es como un impulso o juego de registrar, grabar. Ahí es donde puede surgir el género cinematográfico: el documental, la ficción. Cuando los mundos se unen aparece el humor, la comedia, el drama. Esto es una excepción a la rutina diaria, donde trato de salir y conversar con la gente. Con el tío de la verdulería, el de la carnicería… personas que son seductoras y, aunque no sean personajes de una película, son gente real, viviendo en un tiempo no atrofiado por ninguna intervención externa. 

Para mí, la realidad tiene más que ver con el montaje. La sucesión de eventos que ocurren, aunque tengan una cronología, están relacionadas de manera que, al final del día, forman una narrativa. Cuando te juntas con un amigo a tomar una cerveza y cuentas “¿qué hiciste hoy?”, la narrativa se monta. Es aleatoria, no tiene sentido en un principio, pero cobra significado en el relato.

Hay pocas películas pasando en mi cabeza en el día, pero uno va haciendo memoria y creándose una ficción en la cabeza. Es entretenido cuando tienes tiempo.

A la vez de sus proyectos audiovisuales y artísticos, ¿son ávidos consumidores de contenido audiovisual, o hay periodos? ¿Cómo lo viven?

Aníbal: En mi caso, soy más de períodos. No creo que haya sido nunca un cinéfilo. Me imagino que he visto muchas películas, pero no me considero como tal. Disfruto ver películas y leer libros, pero lo veo de una manera más diversa: ver exposiciones, performances, ir al teatro, ver xilografías, cuadros… Creo que me interesa más la cita sobre el cine y su vinculación con la realidad. Me interesa la realidad, y el cine es un vehículo para trabajar sobre eso. 

Recuerdo que en mi época de estudiante sentía mucha culpa por no estar al día con todos los títulos y premios como la Palma de Oro. Me costó superar esa culpa en las clases, pero luego me di cuenta de que estaba bien (risas). Cada uno tiene sus gustos y tiempos, y vivimos en una vorágine contemporánea con una cantidad brutal de obras produciéndose. Esto genera ansiedad por consumirlo todo. He tenido períodos en los que veo mucho para entender lo que está pasando, pero esos visionados no son de tanta calidad, ya que solo estoy viendo en lugar de observar una obra, procesarla y reflexionar sobre ella en los días siguientes, e incluso volver a verla.

Felipe: Yo consumo muy poco contenido audiovisual, y me cuesta mucho ver películas en casa. A veces prefiero salir y dar una vuelta en lugar de sentarme a ver una película. Mi relación con las películas tiene que ver con las personas y los amigos que me rodean. Las películas que veo son las que me recomiendan o aquellas que han impactado a alguien cercano. Me gusta reunirme a almorzar con una amiga y hablar de una película que vio hace años.

Cuando veo una película, me afecta profundamente, por lo que me cuesta ver varias seguidas. Aunque me guste, necesito tiempo para procesarlas y podría estar hablando de eso mucho rato. Prefiero ir al cine. Afortunadamente, en Quilpué, Quilpué Audiovisual tiene programación todo el año, donde se pueden ver películas chilenas. Algunas veces ya las vi o no me gustan, pero ir a Villa Alemana, tomar el metro, estar allá y de repente toparse con alguien, compartir en los conversatorios con bastantes viejitos, hace que la experiencia sea distinta aunque haya visto la película antes. Siempre priorizo eso, más que ver una película premiada en casa. Prefiero ver algo malo en el cine que algo bueno en mi casa. Me gusta la rutina de salir; antes había cines en todas partes, ahora se cierran.

Aníbal: Hay algo colectivo en eso que es muy distinto. Un director inglés defendió las salas de cine, especialmente post pandemia con la arremetida del streaming, que ya es una hegemonía absoluta. Defendía esa idea colectiva que parece fuera de lugar en el siglo XXI: reunirnos con comunidades, aunque sean desconocidas, a compartir espacio en una sala oscura sin otras pantallas. ¡Wow! Es contracorriente, pero hay algo lindo en eso. Soy un nostálgico.

Oigan y, ¿se acuerdan de alguna cosa en su vida – infancia, adolescencia – que les hizo conectar, en este caso, con crear en este lenguaje que hoy usan? Siempre hay algo, ¿no?

Aníbal: Para mí, fue la fotografía análoga. La descubrí ya siendo adolescente. La formación escolar tiene algo tan violento que, mientras crecía, tenía intereses diversos. Siempre decía que haría cualquier cosa menos algo relacionado con el lenguaje o las artes. Y después terminé trabajando como guionista (risas). Era porque pinto mal, dibujo mal, esas eran mis peores notas, mientras todos sacaban 7. Siempre me gustó ir a museos y ver cosas, aunque nunca me llamó la atención el cine específicamente.

Tomé un curso electivo de fotografía análoga, donde pude conocer todo ese proceso, y fue muy revelador para mí. Había una máquina que mediaba mi relación con el mundo y mi mano torpe, que no podía dibujar, ya no era un obstáculo para traspasar una sensibilidad frente al mundo. Lo hice de manera muy intuitiva, pero con mucho entusiasmo. Despertó algo en mí. Recientemente, vi la caja donde guardo esas fotos adolescentes y es increíble. Una mirada mucho más salvaje, indómita y filosa. Creo que ahí se me abrió algo con la imagen y la capacidad de traspasar emociones a través de un encuadre o una exposición.

Felipe: Para mí, fueron mis amigos. Ninguno de ellos se dedica al arte ni al cine; son todos muy distintos: electricistas, biólogos, un abogado por ahí, constructores… pero lo que más disfrutaba cuando era chico era hacer reír a mis amigos, hacer estupideces y ser unos rebeldes pesados. Para mí, era una liberación del sistema autoritario del colegio. Lo pasé terrible allí. Sentía que en esas escapadas había algo que realmente me gustaba. Tiene que ver con el juego, con el humor, con hacernos reír.

En un momento sucedió algo con mi primo, que es periodista y con quien somos muy amigos. Él me recomendaba cosas y empecé a ver más contenido con él. Cuando empezó a grabar en su carrera, tenía una cámara y yo le seguí el ejemplo. Para Navidad me regalaron una cámara chiquitita y empezamos a grabar todo lo que hacíamos con mis amigos. Vivíamos en Quilpué e íbamos a jugar a un basural en Belloto Norte. Tengo dos amigos a quienes les gustaba la naturaleza, los animales, las aventuras, y yo grababa todo eso. Y lo que pasaba cuando veíamos esos videos a veces era más chistoso o mejor de lo que pasaba mientras grabábamos y me hice un poco adicto a esa sensación. A esa idea de ver cosas que habíamos hecho antes y crear un archivo. No tenía idea de qué quería hacer cuando creciera, pero había algo en eso que me gustó mucho. Me hice adicto a revisitar esas cosas que estábamos haciendo.

Además, soy muy ordenado. Lo paso súper bien organizando cosas, y juego Tetris. Esta afición se despertó cuando, a los 17 años, trabajé en Falabella y ordenaba las poleras por color. Esto se transformó en algo que hasta el día de hoy mantengo. Me encanta la sistematización. Cuando entré a trabajar en cine, disfrutaba ordenar los materiales, la imagen, el sonido, categorizarlos y hacer que todo empezara a calzar. Mi corazón es de asistente de producción: coordinar, llevar, gestionar, e incluso hacer las rendiciones de dinero, a veces lo disfruto un poco. El Excel para mí es algo casi romántico y satisfactorio.

Me encantaba eso y empecé a ordenar muchos archivos que estaban dando vueltas en mi vida: VHS de mi abuelo, cosas antiguas de mi familia, los videos que grababa de chico, y los respaldaba todos por fecha. Así que cuando revisito esos archivos, tengo la misma sensación. Hacer cine es un poco eso: ser muy ordenado, planificar mucho, pero a la hora de grabar, es libertad pura. Si no eres libre en el momento en que aprietas REC, no vale la pena. Esa sensación se me repite todo el tiempo y lo paso muy bien.

Aterrizando más en lo que es la película, documental-ficción, ¿cómo llegaron al desierto? Mencionaron que fue a través de un programa de Red Cultura, que ya no existe. ¿Eligieron los territorios o cómo fue?

Aníbal: Un poco las dos cosas. Iba variando año a año, pero podías elegir la región en la que querías estar. Se publicaban los lugares a trabajar, con dos o tres lugares de residencia por Región, estas residencias eran interdisciplinarias, no trabajando para hacer su trabajo de autor, sino obras de creación colaborativa de cualquier disciplina. Entonces nosotros sabíamos que queríamos ir al desierto, ya que el año anterior fuimos al Wallmapu andino, un lugar increíble, hermoso, frondoso, de naturaleza muy poderosa y que está por todos lados. Queríamos algo diverso, muy distinto y con la inquietud de entender el desierto, que me era más ajeno, ya que había ido al sur y el norte me resultaba inentendible.

Dijimos vamos al desierto. Mirando las posibilidades que se publicaron dijimos Antofagasta. Queríamos ir a María Elena, pero no podíamos decidir. Es una postulación abierta y hay que ser seleccionados. Cuando nos contaron que quedamos, estábamos felices.

¿De inmediato comenzaron ahí este proyecto de Pampas Marcianas? ¿O salió en el camino?

Felipe: En la postulación al proyecto Red Cultura, tú enviabas una propuesta. Eso se fue rápidamente al carajo. No nos funcionó a nosotros, ni sentíamos que era pertinente. Era como hacer lo mismo que se estaba haciendo en María Elena, que era un archivo múltiple de recolectar lo que hay en el desierto. Habíamos ido antes en un viaje de investigación, donde hablamos con vecinos, trabajadores, y todos hablaban de lo bonita que fue la vida antes en la salitrera, y que habían muchos objetos, como juguetes, actividades… Habían creado una cultura que pensamos digitalizar o recolectar y que exista una memoria archivada de ella.

Sin embargo, al llegar a la residencia, esa idea se agotó rápidamente porque no nos parecía adecuado trabajar para ese pasado nostálgico cuando había un antecedente muy importante: el inminente cierre de la oficina salitrera, siendo María Elena la única que quedaba. Sentimos que había algo problemático en enfocarnos solo en el pasado. Ahí descartamos la primera idea y empezamos a entrar en un trance de frustración y delirio por estar en el desierto sin saber qué hacer.

Pasaban las horas y nos moríamos de calor. ¿Qué hacer? Conversábamos con la gente y seguían remitiéndose al pasado. Nos sentimos atrapados. En ese proceso comenzamos a lanzar ideas y así surgió la película, que es un híbrido entre el documental y la ciencia ficción. Planteamos la pregunta: ¿te irías a Marte? Los pampinos fueron elegidos para ser los primeros habitantes del planeta rojo, ya que han vivido en el desierto, el lugar más parecido a Marte en la Tierra. La analogía entre ese territorio y un nuevo éxodo de la pampa salitrera, pero esta vez a otro planeta, hizo mucho sentido en la comunidad. De alguna manera, fue una provocación que sacó a relucir esos temas tabú que estaban ocultos bajo la tierra del pasado. Nos aferramos a esa idea porque fue lo que nos hizo sentido.

Aníbal: Y muy delirante todo igual. La residencia era para hacer cualquier obra, normalmente son obras súper acotadas y pequeñas, pero agarramos vuelo con la comunidad y no había cómo detenerlo.

Además participaron más de 70 habitantes, ¡increíble!

Felipe: Sí, en total, ya que iban participando en diferentes escenas.

Se genera esa conversación y articulación con la comunidad, ¿fue muy difícil llegar hasta ese punto?

Aníbal: Sí, como extranjeros del lugar fue difícil. Además vivir allá es complicado en términos físicos y cotidianos. El clima es muy extremo: la sequedad, el sol intenso. Tienes que usar anteojos de seguridad porque el sol rebota en la pampa y es muy fuerte. Todos los días son iguales, no hay nubes y hay cuatro o cinco horas al día en las que todos se guardan, incluso el colegio. Todos van a sus casas y luego vuelven a completar sus jornadas. Es un universo en el que, dadas las extremas condiciones climáticas, aprender a vivir esas horas de calor fue difícil. No podíamos ni leer ni ver una película. Fue una adaptación larga.

Fuimos desde septiembre hasta diciembre. Estos procesos implican vivir de frente en el territorio de manera temporal, lo que va generando encuentros diarios con mucha gente. Tuvimos experiencias con la comunidad, vinculándonos con agrupaciones clave en María Elena, entendiendo su historia. Nos invitaron a sus celebraciones, como un picnic que tienen los Hijos de Pedro de Valdivia. Ahí comenzaron a surgir muchas conversaciones. Es gente muy cálida y dispuesta a compartir.

Sí estaba la nostalgia del pasado, donde la vida social es lo que los pampinos más añoran y era increíble. Había campeonato de bowling, waterpolo, una cosa muy activa. Con la decadencia de la producción eso se fue, los espacios de reunión eran muy escasos. Es un lugar donde se vive muy encuevado por las condiciones climáticas, de hecho nadie camina, porque hay ciertas horas en las que simplemente no se puede caminar. 

Cuando descartamos el proyecto del archivo, salimos del discurso oficial de la cultura de ese lugar. Vimos la complejidad del territorio y sentimos que teníamos que generar un proyecto que fuera una provocación de parte nuestra, que pudiera generar un movimiento y romper esa monotonía en la que estaba sumido ese espacio. Había que hacer algo atrevido, lo que nos convenció de la idea de Pampas Marcianas, donde podemos remar y jugar en ese espacio. El objetivo era tener una excusa que pudiera movilizarnos y abrir diálogos que no estaban ocurriendo, de algún modo. Eso fue lo que habilitó la película.

Hubo varios momentos en los que sucedieron cosas que fueron reveladoras para todos quienes compartimos la experiencia, eso fue muy bonito. 

En este mismo sentido, ¿la idea, la trama, surge de estas mismas conversaciones con la comunidad o cómo sucedió eso?

Aníbal: Un poco de varias cosas. Llegamos a la premisa de la colonización de Marte con la pregunta detonante, una vez que pasaba eso, que contábamos la trama de la película. A partir de esa frase, a la gente le hacía cierto sentido porque tiene que ver con la historia de la pampa, que es una historia de desarraigo. 

Es un desarraigo forzado de las empresas que moviliza desde un pueblo a otro, hablando de eso desde el resguardo que te da la ficción para hacerlo. Eso fue clave para que todes se sintieran cómodas y cómodos de participar en este proyecto, incluyéndonos. Entonces, por ejemplo, una anécdota es que teníamos ya vínculos con mucha gente y conocimos a Juliana, que le gustaba mucho la fotografía y tiene una cámara y tomaba fotos y era la niña fotógrafa de ahí. Nos vinculamos con ella porque también quería aprender cosas y participar en el proyecto. A la vez, la criaban Juan y Juana, sus abuelos, quienes eran dos pampinos mayores con quienes nos juntamos y les contamos la idea. Juan quedó medio colgado, y Juliana le dijo “Es lo mismo que cuando nos fuimos de Pedro de Valdivia y llegamos acá a María Elena, sólo que ahora nos vamos a otro planeta” y ahí se habrían las posibilidades y aparecían las escenas.

Íbamos investigando, por lo que generamos vínculos con distintas agrupaciones con quienes nos juntamos a hablar de cosas y nos planteaban sus dudas y dentro de eso teníamos un cronograma de las actividades del pueblo. Lo tomamos con la idea de película y vimos cómo podíamos hacer que estas acciones documentales tuvieran un giro hacia lo marciano. Ahí nacen muchas escenas también. 

Una de ellas es el plebiscito, donde se elige si van a ir a Marte o no. Era la elección presidencial que había, teniendo a la radio local como cómplice para montar la escena. Juegos de ese tipo. La celebración de una vírgen, también, nos fuimos a presentar a la agrupación de la Iglesia y tuvimos una conversación increíble y acordamos grabar y luego llevar un discurso pidiendo por la gente que se va a ir a Marte. Hay otras que son más de puesta en escena, por ejemplo trabajamos guiones con los niños del liceo. Sí vimos una estructura de la película, muy inspirada en Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, donde cada episodio te permite una libertad de no tener un conflicto tan grande, sino como pequeños cuentos. Fuimos encontrando el hilo conductor que cada vez se va enrareciendo más porque se acercaba “el viaje a Marte”. Cada rodaje era libre y la película es un collage de materiales distintos, donde hay material de archivo en 16 milímetros que fue encontrado, fotografías antiguas, las fotografías de Juliana y mías, hay uso de handycam, registros de otro tipo y así.

Ya hablando de su actual alianza con Red de Salas de Cine, que hoy los tiene haciendo gira con visionado y conversatorios, ¿de qué manera surge y cómo les potencia?

Felipe: Después de filmar la película entramos en un proceso largo y desfinanciado de montaje y postproducción que fue complejo de llevar entre la pandemia y la revuelta. Entre medio de todo eso, que nos dimos el tiempo para hacer junto a Aníbal, Melissa Miranda (montajista) y yo, Melissa hizo un trabajo de artesanía en la película uniendo todos estos materiales que hablaba Aníbal, encontrando un cuerpo. En todo ese proceso invertimos mucha energía en participar de laboratorios, work in progress, festivales de cine y uno de esos fue el FICViña. Ahí nos fue súper bien. Uno fue poder ir a una instancia en Guadalajara (México) donde fue Aníbal y el otro era un premio de la Red de Salas, que era asegurar el estreno de la película cuando estuviera lista, lo que fue increíble. 

Después de mucho tiempo, cuando terminamos, volvemos con la Red y calzamos con el mes de la Red de Salas de Cine. Ideal ya que no solo creo que exhibir en sala es un acto de resistencia, sino también como estar con funciones especiales, cineforo, poder ir a conversar con la gente. Estuvimos en Santiago, ahora Valparaíso y vamos al norte a Antofagasta, Tocopilla y María Elena, donde nos encontraremos con quienes participaron que es un regalo precioso. Y la Red de Salas ha sido más que una distribuidora, como amigas con quienes trabajamos codo a codo sacando las funciones. Todas las voluntades que se han sumado para esta película conectan con un sentimiento que es el punto de vista de la película: hacer un cine colaborativo y que de alguna manera dista con una hegemonía cinematográfica en toda su línea de acción.

Seguiremos haciendo alianzas y tratando de llevar la película a todos los espacios que se pueda. Debido al trabajo territorial que hemos hecho, estamos vinculados con muchos lugares del extremo sur, del centro, del norte, por lo que estaremos levantando funciones en varias otras salas independientes, priorizando la experiencia cinematográfica colectiva en cine. Después las películas cumplen ese ciclo, lo sabemos. Luego veremos. 

Aníbal: Quería sumar que creo que es una película cuyo visionado es liviano, es corta, es graciosa, tiene mucho humor que es muy propio de ser chileno, siento, que es reír en la debacle y reírse de lo que está pasando, muy de país sísmico, con la Cordillera encima. Hemos tenido funciones muy diversas que producen conversaciones interesantes, que es lo que esperamos que siga ocurriendo de acá al futuro: encuentro con públicos diversos y que la película pueda encontrar su camino.

¿Cómo estuvo el visionado de Insomnia el martes pasado? ¿Qué inquietudes podrían destacar?

Aníbal: Estuvo muy bonito. Insomnia es mi sala favorita. En el camino aparecen pampinos o descendientes de pampinos, había un chico que tenía familia de estos territorios. Comienza a suceder que la película da cuenta con justicia de una identidad que es súper particular y que parece que no existe, pero cuando aparece es muy fuerte.