Por: Valentinne Rudolphy
Nicholas Jackson es artista visual de Quilpué. Hace clases en carreras artísticas, de varias cosas distintas. Su historia es bastante particular, ya que primero estudió Ingeniería Civil Industrial y terminó en el arte. Sus inquietudes siempre fueron amplias, quizás por eso imparte diversos ramos, ya que, no tiene el típico perfil artístico.
Sobre su historia, comenta que: “Yo no tenía ese perfil (de artista). Me gustaban todos los ramos en el colegio y me iba bien. Cuando estudié ingeniería recordé que me gustaban otras cosas. De todas maneras decidí terminar la carrera, y de ahí empezar a adentrarme en lo mio ”.
“Mientras estaba en este periplo artístico, también notaba que no me gustaba una sola cosa. Partí con la fotografía, y me di cuenta de que no calzaba con los intereses fotográficos de mis compañeros. Estaba interesado en más cosas, el arte en general, y hacer clases”, agrega.
Nicholas aclara que en su quehacer académico, abarca varios tópicos: “Desde que empecé a hacer clases e intentado cosas distintas, desde revelar en el laboratorio análogo hasta cosas teóricas reflexivas . Hoy hago desde talleres creativos hasta teoría de la fotografía o historia del arte”.
Te invitamos a conocer sus proyectos e intereses:
Sobre tu infancia, ¿en qué sí notabas que tenías una inclinación por el arte?
-Difícil, ya que estaba en un colegio no artístico, muy tradicional y católico. Donde todos debían ser médicos, abogados o ingenieros. Tenía el ramo de arte, pero que no era muy profundo. La verdad lo pasaba bien en los ramos típicos.
¿Y hay algo que recuerdes como experiencia estética que te haya marcado?
-Para mí las experiencias estéticas de niño tenían que ver con el lugar donde viví, La Serena. Con mi familia siempre ibamos de camping. Recuerdo junto a mi papá, salir y hacer acampadas por semanas. En este contexto tuve una de estas experiencias, creo la primera, que de hecho la elaboramos como libro junto a Humo, editorial que dirige Gabriela Muñoz. El libro se llama Mar de Ardora . En mi recuerdo estaba con mi hermana, eramos niños y era de noche; recuerdo que mi papá nos llamó para ver la playa. En el camino notamos que cuando pisábamos la arena esta se prendía, se iluminaba, como Avatar, y al mirar el mar las olas rompiendo brillaban. Nos tirábamos agua y quedábamos llenos de luz Eso sin duda me marcó.
Creo que ahí se abrieron varias cosas, pero por otra parte ni en mi casa ni en el colegio, había mucho arte, no había un acercamiento o cómo entenderlo. Sí me gustaba escribir y leer.
Durante la carrera de ingeniería empecé a hacer fotos, pues un amigo comenzó a hacerlo y se ofreció a enseñarme. A él le había pasado algo parecido a mi proceso. Después de eso fui a Cámaralucida a formarme. Ahí caché que en verdad eso era lo que me gustaba: experimentar con imágenes y no me importaba mucho la técnica, qué cámara, qué lente, eso no. Me interesaba experimentar no más, sentía que iba atrasado al no estudiar algo artístico.
Y de ahí siempre empecé a hacer cosas distintas, pues necesitaba experimentar mucho.
¿Cuánto tiempo ya llevas en esto?
-Mi primera exposición fue el 2009. Pero ahí tampoco entendía mucho . Luego hice un Magíster en Arte y ahí conocí asuntos deslumbrantes, antes pensaba que era puro barroco y artistas de renombre. No entendía el “arte nuevo”, no lo conocía demasiado. Luego me acerqué al arte contemporáneo, estudiando. Todo pasó en una clase, donde mostraron fotografías de instalaciones, land art, diversos artistas contemporáneos y me explotó la cabeza, dije: ah, puedo hacer lo que quiera. Y entonces partí, eso fue el 2011.
Y has experimentado con distintos formatos, por ejemplo los fotolibros…
-Sí, por una parte está el Mar de Ardora, que trabajé con Humo en una suerte de encargo, el que consistía en aludir precisamente a mi primera experiencia estética. Y entonces trabajé con esas algas, las noctilucas con las qué jugué esa noche de camping en la playa, que son estas algas microscópicas.
Antes hice otra publicación, cuando estaba en el magíster, por una residencia que ya no existe que estaba en el centro de Santiago. Se llamaba Cancha. Ahí el pie forzado era trabajar con un fenómeno del casco histórico y a mí me llamó la atención la cantidad de gente que esperaba fuera del Departamento de Extranjería, ya que habían muchas colas en el año 2014, aproximadamente.. Esto fue en verano, con colas que partían a las 4:00 a.m. Era el comienzo de la ola de inmigración. Y dentro del departamento era una locura, gente y papeles acumulados. Los papeles me llamaron la atención, flotaban por todas partes, eran las solicitudes de residencia. Mi libro entonces se trató de esos formularios, y se llamó Solicitud de Residencia, en el que trabajé con los documentos s de las tres visas para inmigrantes, e hice un libro que los deconstruía formalmente
Uno era por ejemplo, solo la arquitectura de las casillas, parecía un plano arquitectónico, cualquier cosa. El otro era la pura caligrafía del formulario de un postulante, a quien se la pedí le pedí a la gente su postulaciones, aun siendo un completo desconocido para elles. Había también fotografías, entre otras cosas.
Y ahora, ¿me puedes contar de este proceso creativo en el que estás desde el año pasado?
-Se llama Chistorra de Mar, pero tiene subproyectos con distintos nombres. Lo realicé desde Quintay. Todo partió aproximadamente el 2017, cuando con mi hija Isabela – que empezaba a caminar recién – salíamos a pasear y le gustaba la playa. Siempre íbamos y recogíamos algas, cochayuyos, etcétera. Una vez fuimos a La Boca en Concón, y fue post-apocalíptico,estaba lleno de basura, se veía la refinería, habían desechos muy grandes y también estaba lleno de microplásticos. Podías ver la orilla llena de piedritas de colores.
Fue entonces que me fijé cómo eran las playas sin idealizarlas y comencé a llevarme algas y basura desde esta a mi taller, que en ese tiempo estaba ubicado en recreo. Ensamblaba algas con basura. La gente viene trabajando las algas hace rato en el arte, pero se les dejaba en un lugar más de diseño, otro lugar, como forma textil, por ejemplo. En cambio yo quería usarlas como algo que no era puro, que está enredado con una malla, con la basura, con escombros y así usarlas. Entonces nos invitaron a una colectiva en el MAM, en Chiloé, donde mostré estas algas ensambladas con desechos de la ciudad. Salieron esculturas re bonitas, medio tótems. Lo importante era la ductilidad del alga, cómo podíamos usarla colgando por ejemplo, o de otras formas. A esa exposición fue una persona que ahora es mi amiga, que hizo en sus redes un post sobre la exposición e interactuamos. Es Javiera Gutierréz de Munani, que hacen alimentos en base a algas, es diseño social de alimentos. Vi su trabajo, y pensé que lo que estaba haciendo era sólo estético, muy visual, pero las algas también se comen, y ahí caí en cuenta. He estado ligado a comer algas, en mi casa comíamos algas una vez a la semana, pues son nutritivas. Entonces pensé en hacer un proyecto donde se comieran las algas, en conjunto con Javiera
También se integraron al equipo Sebastián Millan a través de la generación del documental,y Fabián Arroyo, chef que trabaja algas y productos endémicos hace un buen rato.
¿Este proyecto fue a través de algún fondo? ¿Cómo lo desarrollaste?
-Antes de la pandemia alcancé a redactar el proyecto y a redactarlo, y luego en pandemia, el 2021, lo gané y lo comenzamos, cuando se estaba liberando todo. El trabajo se concentró en cómo el alga es una cosa que está en medio de contradicciones muy grandes. Es un material que por una parte está siendo elevado por la alta cocina, como en Boragó (Santiago).También ha tenido una marginalización colonial por la cultura occidental, que ahora está siendo rescatada por estos autor@s chef. A la vez, se conocen sus increíbles valores nutritivos, asunto que la hizo fundamental en las dietas de los pueblos originarios en Chile. Es de hecho un superalimentos, y hace umami, este concepto japonés que se descubre a mitad del S XX, “el quinto sabor”, el luche, por ejemplo, genera mucho umami en tu lengua. Por eso también se puede explicar el éxito del sushi y su nori, que es luche prensado.
Por una parte el alga tiene toda esta carga, antropológica, nutricional y culinaria, y por otra parte la ciencia dice que las algas son fundamentales en el antropoceno, pues son parte basal de la cadenas tróficas (la base) del océano, portan más de la mitad del oxígeno del planeta, y además son bioremediadoras, es decir que limpian los entornos de los desechos antropogénicos. Lo que hacen se llama bio absorción, que es la acumulación pasiva de materiales tóxicos en sus tejidos sin que mueran, entonces absorben sin morir, principalmente metales. Entonces cuando hay una refinería, como en Concón o Las Ventanas, los científicos no toman muestras del agua, sino de las algas. El alga tiene unas cualidades muy contradictoria por lo tanto. Pienso que comerlas puede experimentarse como una contradicción. Por todo esto hay que saber de dónde sacan el alga cuando la comes.
Con mi proyecto, entonces, por una parte quiero trabajar esta contradicción desde la investigación en arte, desde el arte que ya no es solamente experimental, ni representacional, sino que tiene ambiciones de conocimiento. A partir de este tipo del arte se puede promover conocimiento, por eso está financiado por un fondo DGI de investigación de la Universidad de Playa Ancha. Y este conocimiento es interdisciplinar, trabajado en conjunto, como mencioné, con una diseñadora social de alimentos, un chef, curadores, documentalistas, también científicos, divulgadores, y la comunidad de cocineras de Quintay que se sumaron en varias etapas. Parte muy importante fue descubrir un lugar donde pudiéramos comer algas seguras, un lugar protegido. Para encontrar este espacio fue que nos juntamos con científicos. Este fue la Playa Chica de Quintay donde hay una colonia de luches, y entonces comenzamos a ir siempre al mismo lugar, a comer, conversar, a compartir conocimientos, así muchas veces, hasta el cierre del proyecto.
¿Cuál fue el resultado final de este proceso?
-Nuestras idas a Quintay consistían en cosechar algas, cocinar, comer y pensarlas. Y para el final hicimos lo mismo. El cierre de alguna manera se transformó en una instalación de sitio, una roca fue la mesa, con unos platos especialmente diseñados para dicha roca. Cosechamos las algas y encontramos cómo trabajarlas. la idea era que fuera como una chistorra, que es una cecina española, vasca. Quisimos hacer una contradicción también en ello. Encontramos la manera de cocinar el luche como un tubo, un pequeño tubo de alga horneada, y el resultado fue muy lindo, sabroso, estos tubos tenían un color nacarozo, muy rico.
¿Y ahora qué te toca hacer, qué etapa sigue?
-El documental del proceso sería lo que queda. Tengo mucho material, por lo que podría hacer un libro. Hay muchos artistas que hacen de sus artes obras que se comen, pero acá lo que me interesa es el cruce entre la crisis medioambiental, las algas, el arte comida, ciencia, etcétera. Se come y se documenta. Es “comida de sitio”, los platos eran unos ensamblaje, Al final toda la experiencia resultó algo realmente interesante y también complejo de abracar. Algo que todavía estoy procesando para entenderlo bien.
Quedaría entonces montar el documental. Pero también, entre medio del proceso me invitaron a exponer, en una curatoría que se llamaba Sobremesa, a través de una curadora del Centro Cultural España, y otra en un ciclo de exposiciones en el Campus Creativo de la UNAB, donde hago clases en la escuela de arte. En ambas hice una instalaciones y comidas, instalaciones que eran platos raros en los que servía algas y comíamos.. Una se llamó Algas de Metal y otra Hiperbocados, eso fue entre medio de Chistorra de Mar
¿Qué más te interesa hoy?
-Me gusta el tema de la crisis ambiental, y también el desafío estético, el hecho de que el arte visual se pueda comer por ejemplo, o que no sea solo una obra que se ve.me gustan mucho estos cruces que se pueden hacer cargo de la complejidad, el cómo en la práctica podemos hacernos cargo de la complejidad
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