Benjamín Walker celebra 10 años de carrera musical con Presente, una gira íntima que lo trae de regreso a los escenarios. El cantautor, reconocido por su estilo folk-pop y sus colaboraciones con artistas como Yorka, Mora Lucay, Natisú, entre otros, ha construido una relación profunda con su público a través de canciones que transitan entre la sensibilidad, la crítica social y la búsqueda personal.
En esta conversación, más allá de lo estrictamente musical, nos adentramos en sus reflexiones sobre el camino recorrido, sus procesos creativos, la conexión con el territorio y los desafíos de habitar la música desde otros países.
Así nos lo cuenta en esta entrevista realizada en el marco de su paso por Quilpué y la Región de Valparaíso. Gracias a Uvas Chile y Agencia Rebeldes, con quienes somos aliados, por la gestión.
Benja, ¿Cómo vives este hito de cumplir 10 años de carrera? ¿Es algo que habías imaginado de alguna manera?
– Es una muy buena pregunta, porque creo que hay un poco de improvisación y un poco de ir materializando cosas que sueño despierto. Soy como un monito animado: me quedo pegado mirando el horizonte, imaginándome en ciertas situaciones. Desde chico lo hago, y los hitos que uno va construyendo tienen que ver con ir concretando esos sueños.
Pero también hay algo de saber leer los tiempos, de preguntarme año a año cómo me siento, qué quiero que pase. Me di cuenta de que había que celebrar cuando los 10 años llegaron, en noviembre del año pasado. Fue como: “¡Wow! Pasaron 10 años, ya no soy artista emergente“. Y está bueno mirar hacia atrás, reflexionar, celebrar con la gente. Es una mezcla entre sueños de toda la vida y el paso a paso del presente.
Por ejemplo, siempre soñé con tocar en el Teatro Oriente porque ahí vi a Spinetta, a Pedro Aznar, a Manuel García. Me imaginaba en ese escenario desde muy chico. Así que esta celebración también tiene que ver con ese niño que soñaba con estar ahí.
En algún momento estudiaste Derecho mientras te dedicabas a la música. ¿Cómo recuerdas ese cruce de caminos?
– Para mí tuvo mucho sentido estudiar Derecho, no me arrepiento en lo absoluto. Las humanidades siempre fueron importantes para mí. Estaba en la Academia de Ciencias Sociales del colegio, leía filosofía, historia, reflexionaba mucho, además de hacer música.
Siento que a los 18 años uno no siempre sabe quién es o en qué poner la energía. En ese momento pensé que mi vida iría por la academia, y disfruté mucho la carrera. Entré en 2011, en plena efervescencia del movimiento estudiantil, así que también viví algo muy intenso como generación.
Después, tomar la decisión de dedicarme 100% a las artes fue volver a leer el momento, lo que mencionaba antes. Mi cuerpo me pedía eso: ser mejor músico, creador e intérprete.

¿Qué implicó para ti encontrar una identidad artística, no solo sonora, sino también estética?
– Ha sido un ensayo y error. Una de las virtudes de estos 10 años ha sido no tener todo claro, sino estar abierto a probar cosas. Vi un meme que decía que cumplir sueños es transitar mucho “cringe”, y me hizo sentido. Es estar dispuesto a que te dé un poco de vergüenza lo que estás haciendo en tu búsqueda.
Mis primeras fotos oficiales me daban mucha vergüenza. Después, una vestuarista me dijo: “Escuché tu música, pero no te vistes como tu música”. Y ahí me enseñó cómo los colores, texturas y formas también pueden comunicar lo mismo que una canción. Así fui entendiendo que comunicar desde lo artístico es integral, y hoy siento que recién estoy empezando a entenderlo bien.
Aterrizando en la Región. ¿Qué relación tienes con Valparaíso y con ciudades como Quilpué, donde te estarás presentando el 1 de junio?
– Mi relación con la región es diversa y de larga data. Mi papá fue diputado y senador por la zona, así que desde niño recorrí Petorca, San Felipe, La Calera, Quilpué, Villa Alemana. Era el lugar donde mi papá trabajaba, y yo lo acompañaba.
Ya más grande, Valparaíso se volvió uno de mis lugares favoritos del mundo. Siempre que voy a Chile intento pasar por allá, a escribir, a componer. Me quedo en la casa de Mora Lucay, saco fotos —soy muy fan de la fotografía análoga y de Sergio Larraín—. Valpo es como un campo de juegos visual. Es algo que confieso poco.
Y en cuanto a Quilpué, especialmente tengo un vínculo con el Trotamundos, que se ha vuelto un epicentro musical. Es de los mejores lugares para tocar en Chile. Ahora, incluso músicos argentinos lo consideran una plaza importante. Eso me parece hermoso.
¿Cómo definirías tu relación con el público?
– Cada ciudad tiene su personalidad. En México, por ejemplo, en algunas ciudades la gente no pide bises, en otras sí. En Chile, Concepción tiene una relación muy especial con la música chilena. Valparaíso, por su parte, siempre tiene algo más político.
En general, mi público es muy tierno, muy lindo. Me impresiona el nivel de cariño, de participación, de vulnerabilidad que muestran en las presentaciones. Hay humor en los shows, una complicidad hermosa que me conmueve mucho.

¿Y cómo te relacionas con las redes sociales? ¿Cómo vives esa dimensión hoy como artista?
– Uh la verdad es que ese es un dilema constante. Porque uno se pregunta: ¿firmé para ser compositor o para ser figura pública en redes?
Yo hago lo que me sale natural, que es conversar con la gente. No me gusta dejar mensajes sin responder. A veces no puedo con todo, pero intento estar presente. Sé que hago música sensible, y no doy por hecho el poder vivir de esto. Así que intento estar ahí, agradecer, preguntar de dónde es la gente que me escribe y así saber qué ciudades visitar.
Es una interrogante constante, porque a veces las redes piden mucho contenido, y eso es otro tema. Pero trato de mantener la atención cercana, como si uno fuera el dueño del boliche.
Finalmente, quería profundizar sobre que has vivido los últimos años en México. ¿Qué impacto ha tenido esa experiencia en tu música y cómo crees que eso puede ser un aporte?
– Esa experiencia o decisión tiene dos lados. Por un lado, te vuelves más ajeno a tu escena de origen. Para que la experiencia sea transformadora, hay que conectar con la escena local del lugar que habitas, y eso implica desaprender un poco de la tuya y mezclarse.
Pasé tres meses en Chile para reconectar, ver a colegas nuevos, ir a conciertos. Y ahora que llevo más de tres años acá, ya tengo una red también en Ciudad de México. Me conocen técnicos, gente del booking, colegas. Eso no se logra de un día para otro, es harta pega.
A nivel creativo ha sido trascendental. Mi disco Libre habla de mis procesos como migrante. Emigrar te pone en un lugar de mucho silencio, y ese silencio te obliga a escucharte de otra forma. Estar solo, conocer menos gente, te enfrenta a tus propios ruidos internos.
Al final, todos mis procesos me han hecho conocerme mucho más profundamente. Y eso se refleja directamente en mi oficio como creador.
Benjamín Walker se presentará en el Teatro Municipal de Quilpué el 1 de junio. Encuentra más información aquí.
